Extracto de la Conferencia Magistral del entonces Presidente de la
Nación,
General Juan Domingo Perón,
Clausurando el Primer Congreso de
Filosofía, el 9 de abril de 1949 en el Teatro Independencia de la ciudad de
Mendoza, Argentina.
ü Es posible que la acción
del pensamiento haya perdido en los últimos tiempos contacto directo con las
realidades de la vida de los pueblos. También es posible que el
cultivo de las grandes verdades, abandonara la persecución infatigable de las
razones.
ü Los griegos de Sócrates se formulaban grandes preguntas: el ser, el
principio, la virtud, la belleza, la finalidad, y trataron de formular
debidamente sus tablas de Moral y sus principios de Ética. No es lícito dar
tales problemas por juzgados para permitirnos después extraviar al hombre - que
ignora las viejas verdades centrales - con nuevas verdades superficiales o con
simples sofismas. El hombre está hoy tan necesitado de una explicación como
aquellos para quienes Sócrates, tantos siglos atrás, forjaba sus problemas.
ü Se ha persuadido al hombre de la conveniencia de saltar sin gradaciones
de un idealismo riguroso a un materialismo utilitario; de la fe a la opinión;
de la obediencia a la incondición.
ü La libertad, conquista máxima de las modernas edades, no se produjo
acompañada de una previa reestructuración de sus corolarios.
La edad del materialismo práctico, por otra parte, ha correspondido con
un gigantesco progreso económico. Una de sus características ha sido la de
reducir las perspectivas íntimas del hombre. Debemos preguntarnos si, al
sobrevenir las radicales modificaciones de la vida moderna, se produjeron las
oportunas orientaciones llamadas a equilibrar al hombre conmovido por la
violenta transición, al espíritu colectivo.
ü Si el pensamiento humano, considerado como tesoro de conceptos, se mira
a través del ritmo vertiginoso y febril de la vida actual, puede que aparezca
como un campo desolado, escenario de patéticas batallas. Es posible también que
muchas tradiciones caídas no sean adaptables al signo de la presente evolución
y que otras hayan perdido incluso su objeto. No es frecuente hallar seres que
posean una perspectiva completa de su jerarquía.
ü El credo ut intelligam de Santo Tomás informa toda una Edad
humana. Centra sobre un fin la esencia y el existir; condiciona una ética y una
moral y, acaso, por primera vez, se relacione con ésta, en jerarquía de
necesidad, el libre albedrío, la libertad de la voluntad, como requisito de la
Moral.
ü Se opera una revolución total, grandiosa en sus aspectos materiales,
pero tal vez mal acompañada de una visión correcta de las perspectivas de
fondo.
ü El progreso se acentúa en la técnica y en el movimiento social, pero no
se puede decir que vigorice por sí solo parcelas íntimas, antaño regadas por la
intuición de las magnitudes cósmicas.
ü No es
posible fundar sobre una ley técnica, desconectada de las razones últimas, una
ley positiva, ni siquiera un tratado de buenas costumbres. El hombre que ha de
ser dignificado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser ante todo
calificado y reconocido en sus esencias
ü La etapa preparatoria, o teórica de realización del
yo en el nosotros, fué, cabalmente, una fase apta para permitir
la cesión de los principios rectores que, sin caer todavía sobre la masa,
facilitaba a los nuevos grupos dirigentes el suspirado desplazamiento del
poder.
ü La libertad entonces proclamada, precisa un
esclarecimiento si ha de considerarse su vigencia. Si por sentido de libertad
entendemos el acervo palpitante de la humanidad, frente al estado de necesidad
dictado por el imperio indiscutido de una fracción, deberemos plantearnos
inmediatamente su problema máximo; su posibilidad de opción.
ü Libre no es un obrar según la propia gana, sino una elección entre
varias posibilidades profundamente
La lucha de clases no
puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza de
fraternidad humana. En el mundo, sin llegar a soluciones de violencia, gana
terreno la persuasión de que la colaboración social y la significación de la
humanidad constituyen hechos, no tanto deseables cuanto inexorables.
ü Hemos visto que los problemas inmediatos, sociales,
políticos y económicos, produjeron un grado de obnubilación suficiente para
desvanecer en la zozobra colectiva los sagrados fines del individuo.
ü Hay una libertad irrespetuosa ante el interés común, enemiga natural del
bien social. No vigoriza al yo sino en la medida que niega al nosotros,
y ni siquiera se es útil a sí misma para proyectar sobre su actividad una noble
calificación
ü El grado supremo sólo llega a lograrse, cuando sobre ese ciego deseo
de poder y sobre la arbitrariedad del individuo se sobrepone en uno la voluntad
de libertad, de soberanía del hombre, la voluntad racional. El hombre no es una
personalidad libre hasta que aprende a respetar al prójimo.
ü Ciertamente, pese al flujo y reflujo de las
teorías, el hombre, compuesto de alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas,
necesidades y tendencias, sigue siendo el mismo. Lo que ha variado es el
sentido de su existencia, sujeta a corrientes superiores.
ü Reducir el hombre al tamaño de la bestia, disminuirle en toda la altura
del alma que se le ha quitado, hacer de él una cosa como otra cualquiera; eso
suprime de un golpe muchas declaraciones acerca de la dignidad humana, de la
libertad humana, de la inviolabilidad humana, del espíritu humano y convierte
todo ese montón de materia en cosa manejable
ü Sin infinito no hay ideal, sin ideal no hay progreso, sin progreso no
hay movimiento; inmovilidad, pues statu quo, estancamiento: Este es el orden.
Hay putrefacción en ese orden.
ü Se debe saber si la felicidad pertenece al reino de lo material, o si
cabe pensar que se trata de realizar las aspiraciones anímicas del hombre y el
camino de perfección para el cuerpo social
ü Puede suceder que, en ausencia de categorías morales, acontezca en su ánimo
una progresiva pérdida de confianza y un progreso paulatino del sentimiento de
inferioridad ante el gigante exterior.
ü Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de
sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo
colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba;
se alcanza por el equilibrio, no por la imposición.
ü En la consideración de los supremos valores que dan
formas a nuestra contemplación del ideal, advertimos dos grandes posibilidades
de adulteración: una es el individualismo amoral, predispuesto a la subversión,
al egoísmo, al retorno a estados inferiores de la evolución de la especie; otra
reside en esa interpretación de la vida que intenta despersonalizar al hombre en
un colectivismo atomizador.
Si hay algo que ilumine nuestros pensamientos, que haga perseverar en
nuestra alma la alegría de vivir y de actuar, es nuestra fe en los valores
individuales como base de redención y, al mismo tiempo, nuestra confianza de
que no está lejano el día en que sea una persuasión vital el principio
filosófico de que la plena realización del "yo", el cumplimento de
sus fines más sustantivos, se halla en el bien general.
ü Del desastre brota el heroísmo, pero brota también la desesperación,
cuando se han perdido dos cosas: la finalidad y la norma. Lo que produce la
náusea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la actitud combativa
es la fe en su misión, en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo.
ü La evolución humana se ha caracterizado, entre
otras cosas, por lanzar al hombre fuera de sí sin proveerle previamente de una
conciencia plena de sí mismo. A ese estar fuera de sí puede atender mediante
leyes la comunidad organizada políticamente, y tendremos entonces un aspecto de
la norma ética. Pero para su reino interior, para el gobierno de su
personalidad, no existe otra norma que aquella que se puede alcanzar por el
conocimiento, por la educación, que afirma en nosotros una actitud conforme a
moral.
Platón afirmaba: el Bien es orden, armonía, proporción; de aquí que la virtud suprema
sea la justicia La idea platoniana de que el hombre y la colectividad a
que pertenece se hallan en una integración recíproca irresistible se nos antoja
fundamental.
ü Hay hombres libres y esclavos y no parece que todos se rijan por leyes
idénticas. Hay mundos en luz y mundos en sombras.
ü Una fuerza que clavase en la plaza pública como una lanza de bronce las
máximas de que no existe la desigualdad innata entre los seres humanos, que la
esclavitud es una institución oprobiosa y que emancipase a la mujer; una fuerza
capaz de atribuir al hombre la posesión de un alma sujeta al cumplimiento de
fines específicos superiores a la vida material, estaba llamada a revolucionar
la existencia de la humanidad. El Cristianismo, que constituyó la primera gran
revolución, la primera liberación humana, podría rectificar felizmente las
concepciones griegas.
ü La libertad, expropiable por la fuerza antes de saberse el hombre
poseedor de un alma libre e inmortal, no será nunca más, susceptible de
completa extinción. Los tiranos podrán reducirla o apagarla momentáneamente,
pero nunca más se podrá prescindir de ella: será en el hombre una
"conciencia" de la relación profunda de su espíritu con lo sobrehumano
ü Cuando la escuela tomista nos dice que el fin del
Estado es la educación del hombre para
una vida virtuosa, presentimos la enorme importancia que tuvo ese puente
tendido sobre las sombras de la Edad Media. Ese hombre a cuyo servicio, el de
su perfeccionamiento, estaba dedicado el Estado, no era por cierto el germen de
un individualismo anárquico.
ü Para Kant, lo vital en lo político era el principio de "libertad como hombre",
el de "dependencia como
súbditos" y el de "igualdad como ciudadanos".
Rosseau llamará pueblo al conjunto de
hombres que batallas. Es posible también que muchas tradiciones caídas
no sean adaptables al signo de la presente evolución y que otras hayan perdido
incluso su objeto. No es frecuente hallar seres que posean una perspectiva
completa de su jerarquía.
ü La crisis de nuestro tiempo es
materialista. Hay demasiados deseos insatisfechos, porque la primera luz de la
cultura moderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones;
ha descubierto lo que es bueno poseer mejor que el buen uso que se ha de dar a
lo poseído o a las propias facultades.
ü La sociedad tendrá que ser una
armonía en la que no se produzca disonancia ninguna, ni predominio de la
materia ni estado de fantasía. En esa armonía que preside la norma puede
hablarse de un colectivismo logrado por la superación, por la cultura, por el
equilibrio. En tal régimen no es la libertad una palabra vacía, porque viene
determinada su incondición por la suma de libertades y por el estado ético y la
moral.
ü La justicia no es un término insinuador de violencia, sino una
persuasión general; y existe entonces un régimen de alegría, porque donde lo
democrático puede robustecerse en la comprensión universal de la libertad y el
bien general, es donde, con precisión, puede el individuo realizarse a sí
mismo, hallar de un modo pleno su euforia espiritual y la justificación de su
existencia.
ü De Rabindranath Tagore son
estas frases: el mundo moderno empuja incesantemente a sus víctimas, pero
sin conducirlas a ninguna parte. Que la medida de la grandeza de la humanidad
esté en sus recursos materiales es un insulto al hombre.
ü -.Las incógnitas históricas son ciertamente
considerables, pero no retrasarán un solo día la marcha de los pueblos por
grande que su incertidumbre nos parezca.
ü Importa, por tanto, conciliar nuestro sentido de la perfección con la
naturaleza de los hechos, restablecer la armonía entre el progreso material y
los valores espirituales y proporcionar nuevamente al hombre una visión certera
de su realidad.
ü Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra
libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que
el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable.
El
progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia
plena de su inexorabilidad. La náusea está desterrada de este mundo, que podrá
parecer ideal, pero que es en nosotros un convencimiento de cosa realizable.
Esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a
superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que
el individuo puede realizarse y realizarla simultáneamente, dará al hombre
futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: "Sentimos, experimentamos, que somos
eternos".
El texto completo puede leerse en www.intersindical.com/
Asesoría Gremial/ Apuntes
No hay comentarios:
Publicar un comentario