ü No puede existir divorcio alguno entre el
pensamiento y la acción, mientras la sociedad y el hombre se enfrentan con la
crisis de valores más profunda acaso de cuantas su evolución ha registrado.
ü Es posible que la acción
del pensamiento haya perdido en los últimos tiempos contacto directo con las
realidades de la vida de los pueblos. También es posible que el
cultivo de las grandes verdades, abandonara la persecución infatigable de las
razones.
ü Los griegos de Sócrates se formulaban grandes preguntas: el ser, el
principio, la virtud, la belleza, la finalidad, y trataron de formular
debidamente sus tablas de Moral y sus principios de Ética. No es lícito dar
tales problemas por juzgados para permitirnos después extraviar al hombre - que
ignora las viejas verdades centrales - con nuevas verdades superficiales o con
simples sofismas. El hombre está hoy tan necesitado de una explicación como
aquellos para quienes Sócrates, tantos siglos atrás, forjaba sus problemas.
ü
Se ha persuadido al hombre de la conveniencia de
saltar sin gradaciones de un idealismo riguroso a un materialismo utilitario;
de la fe a la opinión; de la obediencia a la incondición.
ü
La libertad, conquista máxima de las modernas
edades, no se produjo acompañada de una previa reestructuración de sus
corolarios.
La edad del materialismo práctico, por otra parte, ha correspondido con
un gigantesco progreso económico. Una de sus características ha sido la de
reducir las perspectivas íntimas del hombre. Debemos preguntarnos si, al
sobrevenir las radicales modificaciones de la vida moderna, se produjeron las
oportunas orientaciones llamadas a equilibrar al hombre conmovido por la
violenta transición, al espíritu colectivo.
ü
Si el pensamiento humano, considerado como tesoro
de conceptos, se mira a través del ritmo vertiginoso y febril de la vida
actual, puede que aparezca como un campo desolado, escenario de patéticas
batallas. Es posible también que muchas tradiciones caídas no sean adaptables
al signo de la presente evolución y que otras hayan perdido incluso su objeto.
No es frecuente hallar seres que posean una perspectiva completa de su
jerarquía.
ü
El credo ut intelligam de Santo Tomás informa
toda una Edad humana. Centra sobre un fin la esencia y el existir; condiciona
una ética y una moral y, acaso, por primera vez, se relacione con ésta, en
jerarquía de necesidad, el libre albedrío, la libertad de la voluntad, como
requisito de la Moral.
ü
Se opera una revolución total, grandiosa en sus
aspectos materiales, pero tal vez mal acompañada de una visión correcta de las
perspectivas de fondo.
ü
El progreso se acentúa en la técnica y en el
movimiento social, pero no se puede decir que vigorice por sí solo parcelas
íntimas, antaño regadas por la intuición de las magnitudes cósmicas.
No es
posible fundar sobre una ley técnica, desconectada de las razones últimas, una
ley positiva, ni siquiera un tratado de buenas costumbres. El hombre que ha de
ser dignificado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser ante todo
calificado y reconocido en sus esencias
ü Entendemos en la virtud socrática la realización
perfecta de la vida: comprensión de la propia personalidad y del medio
circundante que define sus relaciones y sus obligaciones privadas y públicas.
ü En el Eutifrón nos dice Platón que no hay
una virtud específica, un ideal específico para cada cual, sino un ideal del
hombre que no es acaso más que una disposición para resolver las ecuaciones
vitales con arreglo a una estimativa ética.
ü Es un estilo de vida el que nos permite decir de un
hombre que ha cumplido virilmente los imperativos personales y públicos: dió
quien estaba obligado a dar y podía hacerlo, y cumplió el que estaba obligado a
cumplir.
ü
El trasladar a lo colectivo lo que se desea en lo íntimo, es insinuar la
superación de cuanto hubo de aislamiento y desdén en una época de gloriosos
intentos.

ü
Algo falla en la naturaleza cuando es posible
concebir, como Hobbes en el Leviathan, al homo hominis lupus, el
estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia como un
palenque donde la hombría puede identificarse con las proezas del ave rapaz.
ü No existe probabilidad de virtud, ni siquiera asomo
de dignidad individual, donde se proclama el estado de necesidad de esa lucha
que, es por esencia, abierta disociación de los elementos naturales de la
comunidad.
Al
pensamiento le toca definir que existe diferencia de intereses y diferencia de
necesidades, que corresponde al hombre disminuirlas gradualmente, persuadiendo
a ceder a quien puede hacerlo y estimulando el progreso de los rezagados.
ü Aristóteles dice: El hombre es un ser ordenado para la convivencia
social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual
humana, sino en el organismo súper-individual del Estado; la ética culmina en
la política.
ü Santo Tomás expresaba: La libertad de la voluntad es un supuesto de
toda moral; solamente las acciones libres, derivadas de una reflexión racional,
son morales.
ü
Si la felicidad es el objetivo máximo, y su
maximización una de las finalidades centrales del afán general, se hace visible
que unos han hallado medios y recursos para procurársela y que otros no la han
poseído nunca.
ü Algunos han tratado de retener indefinidamente esa
condición privilegiada, y ello ha conducido al desquiciamiento motivado por la
acción reivindicativa, no siempre pacífica, de los peor dotados. El egoísmo
estaba destinado, acaso por designio providencial, a transformarse en motor de
una agitada edad humana. Pero el egoísmo es, antes que otra cosa, un valor-negación,
es la ausencia de otros valores, es como el frío, que nada significa sino
ausencia de todo calor.
Combatir el
egoísmo no supone una actitud armada frente al vicio, sino más bien una actitud
positiva destinada a fortalecer las virtudes contrarias; a sustituirlo por una
amplia y generosa visión ética.
ü Difundir la virtud inherente a la justicia y
alcanzar el placer, no sobre el disfrute privado del bienestar, sino por la
difusión de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez
mayores de la humanidad: he aquí el camino.
ü La etapa preparatoria, o teórica de realización del
yo en el nosotros, fué, cabalmente, una fase apta para permitir
la cesión de los principios rectores que, sin caer todavía sobre la masa,
facilitaba a los nuevos grupos dirigentes el suspirado desplazamiento del
poder.
ü La libertad entonces proclamada, precisa un
esclarecimiento si ha de considerarse su vigencia. Si por sentido de libertad
entendemos el acervo palpitante de la humanidad, frente al estado de necesidad
dictado por el imperio indiscutido de una fracción, deberemos plantearnos
inmediatamente su problema máximo; su posibilidad de opción.
ü
Libre no es un obrar según la propia gana, sino una
elección entre varias posibilidades profundamente
La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que
ensombrece toda esperanza de fraternidad humana. En el mundo, sin llegar a
soluciones de violencia, gana terreno la persuasión de que la colaboración
social y la significación de la humanidad constituyen hechos, no tanto
deseables cuanto inexorables.
ü Hemos visto que los problemas inmediatos, sociales,
políticos y económicos, produjeron un grado de obnubilación suficiente para
desvanecer en la zozobra colectiva los sagrados fines del individuo.
ü
Hay una libertad irrespetuosa ante el interés
común, enemiga natural del bien social. No vigoriza al yo sino en la
medida que niega al nosotros, y ni siquiera se es útil a sí misma para
proyectar sobre su actividad una noble calificación
ü
El grado supremo sólo
llega a lograrse, cuando
sobre ese ciego deseo de poder y sobre la arbitrariedad del individuo se
sobrepone en uno la voluntad de libertad, de soberanía del hombre, la voluntad
racional. El hombre no es una personalidad libre hasta que aprende a respetar
al prójimo.
ü Ciertamente, pese al flujo y reflujo de las
teorías, el hombre, compuesto de alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas,
necesidades y tendencias, sigue siendo el mismo. Lo que ha variado es el
sentido de su existencia, sujeta a corrientes superiores.
ü Reducir el hombre al tamaño de la bestia, disminuirle en toda la altura
del alma que se le ha quitado, hacer de él una cosa como otra cualquiera; eso
suprime de un golpe muchas declaraciones acerca de la dignidad humana, de la
libertad humana, de la inviolabilidad humana, del espíritu humano y convierte
todo ese montón de materia en cosa manejable
ü Sin infinito no hay ideal, sin ideal no hay progreso, sin progreso no
hay movimiento; inmovilidad, pues statu quo, estancamiento: Este es el orden.
Hay putrefacción en ese orden.
ü Se debe saber si la felicidad pertenece al reino de lo material, o si
cabe pensar que se trata de realizar las aspiraciones anímicas del hombre y el
camino de perfección para el cuerpo social
ü
Puede suceder que, en ausencia de categorías
morales, acontezca en su ánimo una progresiva pérdida de confianza y un
progreso paulatino del sentimiento de inferioridad ante el gigante exterior.
ü Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de
sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo
colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba;
se alcanza por el equilibrio, no por la imposición.
ü En la consideración de los supremos valores que dan
formas a nuestra contemplación del ideal, advertimos dos grandes posibilidades
de adulteración: una es el individualismo amoral, predispuesto a la subversión,
al egoísmo, al retorno a estados inferiores de la evolución de la especie; otra
reside en esa interpretación de la vida que intenta despersonalizar al hombre
en un colectivismo atomizador.
Si hay algo que ilumine nuestros pensamientos, que
haga perseverar en nuestra alma la alegría de vivir y de actuar, es nuestra fe
en los valores individuales como base de redención y, al mismo tiempo, nuestra
confianza de que no está lejano el día en que sea una persuasión vital el principio
filosófico de que la plena realización del "yo", el cumplimento de
sus fines más sustantivos, se halla en el bien general.
ü
Del desastre brota el heroísmo, pero brota también
la desesperación, cuando se han perdido dos cosas: la finalidad y la norma. Lo
que produce la náusea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la
actitud combativa es la fe en su misión, en lo individual, en lo familiar y en
lo colectivo.
ü La evolución humana se ha caracterizado, entre
otras cosas, por lanzar al hombre fuera de sí sin proveerle previamente de una
conciencia plena de sí mismo. A ese estar fuera de sí puede atender mediante
leyes la comunidad organizada políticamente, y tendremos entonces un aspecto de
la norma ética. Pero para su reino interior, para el gobierno de su
personalidad, no existe otra norma que aquella que se puede alcanzar por el
conocimiento, por la educación, que afirma en nosotros una actitud conforme a
moral.
Platón
afirmaba: el Bien es orden, armonía,
proporción; de aquí que la virtud suprema sea la justicia La idea
platoniana de que el hombre y la colectividad a que pertenece se hallan en una
integración recíproca irresistible se nos antoja fundamental.
ü
Hay hombres libres y esclavos y no parece que todos
se rijan por leyes idénticas. Hay mundos en luz y mundos en sombras.
ü
Una fuerza que clavase en la plaza pública como una
lanza de bronce las máximas de que no existe la desigualdad innata entre los
seres humanos, que la esclavitud es una institución oprobiosa y que emancipase
a la mujer; una fuerza capaz de atribuir al hombre la posesión de un alma
sujeta al cumplimiento de fines específicos superiores a la vida material,
estaba llamada a revolucionar la existencia de la humanidad. El Cristianismo,
que constituyó la primera gran revolución, la primera liberación humana, podría
rectificar felizmente las concepciones griegas.
ü
La libertad, expropiable por la fuerza antes de
saberse el hombre poseedor de un alma libre e inmortal, no será nunca más,
susceptible de completa extinción. Los tiranos podrán reducirla o apagarla
momentáneamente, pero nunca más se podrá prescindir de ella: será en el hombre
una "conciencia" de la relación profunda de su espíritu con lo
sobrehumano
ü Cuando la escuela tomista nos dice que el fin del
Estado es la educación del hombre para
una vida virtuosa, presentimos la enorme importancia que tuvo ese puente
tendido sobre las sombras de la Edad Media. Ese hombre a cuyo servicio, el de
su perfeccionamiento, estaba dedicado el Estado, no era por cierto el germen de
un individualismo anárquico.
ü Para Kant, lo vital en lo político era el principio
de "libertad como hombre",
el de "dependencia como
súbditos" y el de "igualdad como ciudadanos".
Rosseau llamará pueblo al conjunto de
hombres que mediante la conciencia de su condición de ciudadanos y mediante las
obligaciones derivadas de esta conciencia, y provistos de las virtudes del
verdadero ciudadano, acepten congregarse en una comunidad para cumplir sus
fines.
ü La crisis de nuestro tiempo es materialista.
Hay demasiados deseos insatisfechos, porque la primera luz de la cultura
moderna se ha esparcido sobre los derechos y no sobre las obligaciones; ha
descubierto lo que es bueno poseer mejor que el buen uso que se ha de dar a lo
poseído o a las propias facultades.
ü La sociedad tendrá que ser una armonía en la que no
se produzca disonancia ninguna, ni predominio de la materia ni estado de
fantasía. En esa armonía que preside la norma puede hablarse de un colectivismo
logrado por la superación, por la cultura, por el equilibrio. En tal régimen no
es la libertad una palabra vacía, porque viene determinada su incondición por
la suma de libertades y por el estado ético y la moral.
ü
La justicia no es un término insinuador de
violencia, sino una persuasión general; y existe entonces un régimen de
alegría, porque donde lo democrático puede robustecerse en la comprensión
universal de la libertad y el bien general, es donde, con precisión, puede el
individuo realizarse a sí mismo, hallar de un modo pleno su euforia espiritual
y la justificación de su existencia.
ü De Rabindranath Tagore son estas frases: el
mundo moderno empuja incesantemente a sus víctimas, pero sin conducirlas a
ninguna parte. Que la medida de la grandeza de la humanidad esté en sus
recursos materiales es un insulto al hombre.
ü -.Las
incógnitas históricas son ciertamente considerables, pero no retrasarán un solo
día la marcha de los pueblos por grande que su incertidumbre nos parezca.
ü
Importa, por tanto, conciliar nuestro sentido de la
perfección con la naturaleza de los hechos, restablecer la armonía entre el
progreso material y los valores espirituales y proporcionar nuevamente al
hombre una visión certera de su realidad.
ü
Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca
ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de
una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente,
indeclinable.
El progreso social no debe mendigar ni asesinar,
sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La náusea está
desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pero que es en nosotros un
convencimiento de cosa realizable. Esta comunidad que persigue fines
espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más
justa, más buena y más feliz, en la que el individuo puede realizarse y
realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta
torre con la noble convicción de Spinoza: "Sentimos, experimentamos, que somos eternos".
Resumen de
la Conferencia Magistral del entonces Presidente de la Nación, General
Juan Domingo Perón,
Clausurando el Primer Congreso de
Filosofía, el 9 de abril de 1949 en el Teatro Independencia de la ciudad de
Mendoza, Argentina.
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